Quédate
Tu mano encendida de rojo
era la sombra del sol en mis ojos,
apartaba la nube,
saciaba la sed.
Me desperté con destellos en las pestañas
y vi tus colores refulgentes
unirse y fragmentarse.
Adiviné tu presencia en ellos
y al entender la mirada de la mañana
estremecí,
sentí que podía cerrar el mundo
con sólo un abrazo estrecharte.
Sentí
que en aquellos instantes silentes
eras guía y amante,
sin ser nada más que luz,
mañana y aire.
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