A la mujer de tacón de hierro
Adoquines desgastados
por sus tacones carmesí
guardan dolor en las calles
acallando resquebrajos
«De lo más bajo resurgí»
clamaban esos zapatos,
de cristal eran sus frascos.
Lo sé, ni lo vio ni lo vi.
Sangre púrpura y seda de carbón.
Atajo tras atajo huyó de ti.
«Con razón y sin cuello»,
le dijo la soga al adoquín.
Ella, libre en su ataúd,
bajo alud de flores marchitas.
Ella, descalza y bella,
duerme sumida en la azul y tenue luz
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