Una noche húmeda

Aquella noche me puse aciaga
cual si fuera mi traje de gala que soliera
ataviar mi alma en los momentos que ya todo
parecía adquirir clores desvaídos
mientras el mundo -recorriendo una vuelta
sempiterna alrededor de su eje- se me emborronaba
aumentando, de tal manera, ese vaivén de recuerdos gélidos
aunque cuán vorazmente amarrados a mi sombra más tacaña,
sin embargo, precavida para que no le succionasen
los últimos regueros de ánimos
que esta iba defendiendo a ultranza so capa de convivir con ¨la apatía¨.
Esta noche me desperté sintiéndome aplastada
por el pesor de las gotas que recaían, una tras otra y con gracia,
sobre las teclas de mis órganos cuyos tubos polvorientos
se daban a desafinar, o bien, a trastornar cada nota
que se les acabase de escabullir con tal de no afinar los ritmos vivaces.
Y de repente, tu imagen caduca se agolpó a mi mente antes de que
me hubiera dado cuenta por un simple pugnar por no dejarte retroceder a mí vida y,
entonces, por no tener que mirarme cohibida al espejo cuyo reflejo
tampoco me habría devuelto a mí amiga del alma
del otro lado de la pantalla acristalada
conocida como mi propia silueta cegada por tu brillo.
A medida que el caudal de los ríos excedía sus bordes
bajo semejante aguacero de recuerdos inolvidables,
parecía que estos, junto con las manecillas del reloj
agrietadas por cada baldío segundo que me llenaban los días
con esperanzas baldías a que volvieras sobre tus propios pasos
y te quedaras,
se empecinasen en ahorcarme con el lazo de anhelos marchitos
que entonces sentía amarrarse alrededor
de mi cuello y estrujarlo.
Ni que de una fuerza inextricable se tratase,
capaz de hacer virguerías con la cuerda que damos al tiempo
incrustado en el engranaje más intransigente
llamado “el reloj”.
Ni que fuera este embargador que al llegar a finalizar la cuenta
nos acabara desvalijando de los últimos
vahos del aire y apagando la última vela a la que
hubiéramos recordado cegarnos los ojos justo
al habernos dado de bruces con la mirada inerte
de nuestro último simulacro compartido.
Sé que mientras estés vivo
la lluvia no refrenará su llanto natural,
ni tampoco la soga se aflojará de mi cuello
al claudicar las reminiscencias y
el tiempo ante el pudor de tu imposibilidad elegida.
Y sentí que la noche más oscura proseguía clavando
sus garras en mi pecho hasta cuando dejaron de existir
otras maneras de despedirme de ti
si no solo la de dar tu mudez por muerta y,
de ahí, ahogar tu recuerdo en los pantanos de mi subconsciencia
de modo que siguieras presente,
aún inscrito en mis ventrículos como un ser aceptado,
aunque siendo eximida de volver a encajar
tus consecutivos puñados de indiferencia.
Esta mañana húmeda solo recuerdo las gotas,
la lluvia
y lágrimas brotando de mis ojos
al resonar -frente a tu recuerdo- las palabras de mi madre
que un día igual de lóbrego y falto de importancia como este
cuando hube de asimilar tu marcha sin retorno una noche
que se me hizo demasiado grande
ya que esta pareció haberse acaparado
del mundo para siempre.
-Las personas preciadas, en ocasiones, son como esas chispas
que -ilusas por llegar a rozar lo infinito- desprenden de la hoguera
inconscientes de su extinción abrupta e inminente -dijo ella-,
estas nos enseñan que las personas
también con el paso del tiempo deben
prender,
desengancharse
y extinguirse
para ceder lugar a un sentimiento incondicional,
alimentado sobre la base del fuego y
amparado por el calor pertinaz.
Y una lágrima amarga descendió de la otra mejilla
a son de aquella lluvia de palabras que como si fueran un misil,
imposible de esquivar por mi sombra inerme,
rasgaban con la verdad mi corazón ya hecho añicos.
Ella, no obstante, prosiguió con el sermón:
-a veces hay que dejarles ir a estos seres
que ahora solo se están agazapando detrás de los escombros del pasado
en que hasta tú y yo ni nos parecíamos a nuestra fortaleza de hoy,
ni a nuestro afán por cerrar esa puerta
y echar el pestillo, de una vez, para que nunca,
pero nunca,
vuelvan a agolparse a esta casa.
Sea como fueren las reminiscencias,
uno ha de hacerse valer y saber darle carpetazo
a un libro que jamás pudiera resultar en un final feliz-
y con él- despojarles a las bocas corruptas
de sus protagonistas
del pase a nuestro interior herido.
Ahora observa esta chispa tan amada y mimada por ti
que acaba de desprenderse de
las llamas de la hoguera fulgurante
e intenta grabarte los momentos más tórridos
con los que esta te solía abrigar los días del invierno
mientras se vaya esfumando y
volviendo cada vez más difusa en el horizonte
hasta volverse indiscernible
para hacerte fijar más allá
de las chispas
ya que en los destellos
tal vez menos deslumbrantes
aunque cuán puros, auténticos y estables
ya que resplandecientes de las personas veraces-.
Aprende a decir adiós
a quienes ya no te quieren.

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