UN DÍA DE ABRIL

Es curioso, lo que dicen de que después de la tormenta llega la calma, ¿no?.

Esa semana de abril, no imaginé que volvería a ser tan dura como otras pasadas.

Lunes 19 de abril, un día pésimo para muchos, pero perfecto para unos pocos, los restos de la lluvia de la noche del domingo, aún a las 12:00 del mediodía, se podían observar en cada rincón de la ciudad.

La humedad en los ventanales de casas y edificios, las calles empapadas por la intensidad con la que había llovido, y las gotas de lluvia que aún permanecían en la superficie de los coches aparcados a lo largo del camino.
Como decía, un día perfecto para unos pocos.

Y para mí, un día increíble, me levanté como pocas veces, irradiando felicidad y paz, con el paso de las horas parecía que el día terminaría como empezó, increíble.

Sin embargo, a medida que atardecía, cuando ya apenas se podían observar los detalles de las flores, llegó, irrumpió repentinamente como una cruel tormenta de invierno que destroza todo a su paso, sin contemplación y sin remordimientos.

Llegó y me golpeó tan fuerte que eliminó por completo toda esa alegría y paz de la que había podido disfrutar durante el día. Es increíble como de un instante a otro todo puede cambiar. Y así fue, hacía las 23:00 de la noche, sentí como el dolor invadía poco a poco mi cuerpo, como si tuviera prisa por cubrir cada centímetro, igual que cuando saltas a una piscina, y no sabrías decir cual fue la primera parte de tu cuerpo en mojarse.

Durante los primeros minutos, sentí tristeza, rabia y un profundo sentimiento de impotencia, ¿Qué podía hacer?, ya las pastillas no podían hacer más por mí, y escondido bajo esas capas de tristeza, rabia e impotencia, pude vislumbrar un sentimiento que, con el paso de los minutos, se hacía cada vez mayor. La necesidad de abandonar, de dejar todo atrás, de escapar de esta vida limitada y finita antes de tiempo.

En aquel momento, en el que ya empezaba a idear la forma más sencilla y rápida de desconectarme de la vida, mi madre llamó, me pregunto como estaba y si quería bajar a cenar, y ahí, en ese preciso instante, volví a recordar que en esta vida pasaremos por buenos y malos momento y que por muy duro que sea pasar por ellos, no van a durar para siempre, que la vida sigue, y que después de cada tormenta, siempre llega la calma.

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