Tú y yo

La labia puede ser vanidosa

Obséquiame tu corazón,
a mi réquiem lleva el nido,
donde encuadre el toro al ruedo
y empuje fuera a la razón.

Dame una vista alebrije,
entre mis labios divida,
tu aliento en cielo y rotonda,
mientras la fe te cobije.

Si amanece en la lunada,
aún con la sensación hecha,
rige mi norte a la flecha,
de tu divina mirada.

Sustenta con el colmenar,
de tu pensamiento cojo,
en nuestra paz de miel y ajo,
sin interpolar su menar.

Al campaneo de mi pluma,
sin la influencia del recato,
convierte en vibra de viento
el sonido de tu calma.

Comparte los malos humos,
que apaciguan hacia dentro,
los secretos de tu centro,
como inamovibles yelmos.

Ponme de las aguas tu pena,
en vasos fríos simples caldos,
vertidos en mi sien raudos,
cual infusión que envenena.

Funda en mi tu serenata,
nocturna en merced de llanto,
quieta en la mitad al canto,
tierna al final de su nota.

Lancemos la red de gala,
atinando nos descalcen
y haga palpos que deslicen
para entrarnos al Valhalla.

Se escuchan los lamentosos,
cuando somos tu alma y la mía,
cuantos visten en anemia,
chales espejo engañosos.

Quema el pálpito irritante.
¡Cuan estertor zumbador!
Reventada del domador,
intruso al amor latente.

Sí en aquella esparció ruido,
elevado de ondas amplias,
aquel que susurro su alias,
de su póstumo alarido.

Poniendo tus pies a tierra,
estos vuelven a mis pasos,
los tuyos hicieron lazos,
pues no tengo mente fiera.

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