Te enconte.
Le enseñe al todo que nada puede robarte el grito,
y a la oscuridad que nada puede opacar el brillo en tus ojos,
le demostré a los matices oscuros y claros que no existen claroscuros,
ya que tu mirada multicolor es capaz de pintar un mundo saturado de ausencia blanca.
Nada puede tumbar hacia abajo mis ganas por darte vueltas,
haciéndole el amor a tu alma de mil maneras familiares y desconocidas,
nada de eso puede pasar sin tu mirada de consentimiento,
sin tu beneplácito, sin tu resignación, sin tu condescendencia.
Entendí a reír sobre tu llorado, a amar tu interior más odiado,
a darte todo aun cuando pensaba no quedarme dentro de ti.
No me equivoco si digo que no concebimos otra forma de vivir que viniéndonos,
viniéndonos como si mañana todo no acabase, como si esto no fuera un sueño,
envuelto en hilo rojo sujetado por nuestros meñiques enredados en todo momento.
Te di muchas bofetadas de realidad…
porque entendía tus golpes de decepción,
y por muchas piedras que lleves en tus zapatos descosiendo tus talones,
siempre podras ponerte mis zapatillas y recorrer mi destino anclado en tu lugar, en ti.
Mi amor rompió la cima de tu coraza dejándote desnuda al descubierto,
y preferí no crujir mis dedos para hacer sonar mi corazón como un sonajero
para que saliera libre a jugar con el la niña que vive ahí adentro.
«También hay que jugar y descansar lo jugado»
Yo no decidí convertirme en aquello que esperabas de mí,
y ese fue mi triunfo y mi mayor logro, hacerte decir «soy feliz».
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