¡Pasa, pasa!
¿No hay en eso la fachada,
de lo que quisiste con todas tus fuerzas?
Habíamos pinchado en la poesía del amor
que hablará de mí,
y en eso andabas.
Hasta que fuera un reflejo
lo que te distrajo,
un destello que salió del bosque
e iluminó tus ojos.
¿Pero qué fue?
¿Qué bosque, en dónde?
Deseaba acudir a los enlaces
que hacían de puente comunicador
desde el entendimiento de tus ojos
a mis atentos agujeros de gusano
que tengo por pupilas.
Y de esa manera, salió
entre tus párpados
una soñadora de la paz
para la comunidad presente.
No sea porque no resistas
la fragilidad de tu cuerpo,
sino porque no supiera cómo,
en ese delgado músculo,
que dios pegará a tus huesos,
fuera revelado por el pincel de mis palabras.
También, porqué hayan apaleado
alguna idea de libertad entre nosotros,
igual porque
las alas de la niñez se hayan cortado
por estética de las buenas costumbres,
hace algún tiempo atrás.
Es así, no me cabe la menor duda
y por eso dentro de mí
me está negado ponerme a defender
tu forma de ser a capa y espada
hasta el cansancio.
Repitiendo hacia mis adentros,
que en ti ni la moda,
ni las tradiciones convergen
en ninguna espora sobre tus hombros.
Avanzamos
en un camino sinuoso
que se ramifica
como las venas en tu cuerpo
que llevan la sangre
de regreso al corazón.
Pero a veces nos perdemos
en laberintos de mentiras,
en ilusiones fugaces
que nos alejan
de nuestro verdadero cause.
¿Entrelazamos nuestras manos?
¿En señal de fortaleza,
de apoyo mutuo?
Ponlas en este frasco fértil
donde escurrió la lágrima amniótica.
Porque al final del día,
juntos somos el equilibrio,
para pasar del uno al otro
cualquier obstáculo
que se interponga en nuestro camino.
Y así, ¡pasa, pasa!
No hay en eso la fachada,
solo la claridad de lo que somos
y lo que podemos llegar a ser
juntos, en esta calzada del amor.