Óscar

Ayer soñé. Miraba desde poco más de un metro a un hombre y una mujer que reían, sentados el uno frente al otro sobre una tabla de madera que hace las veces de mesa o asiento en la entrada lateral de un bar. Dos pintas de cerveza entre sus piernas.
Al principio no los reconozco, pero me acerco a ellos sonriendo porque veo que se lo pasan bien. Oigo sus risas y entonces sí; somos nosotros. El yo que sueña y nos mira recuerda un momento feliz en mi vida. Me doy la vuelta para irme y un rayo de imágenes de todo aquel tiempo me inunda y me despierta.
Todo lo pienso muy rápido, todo lo noto muy intenso; la mitad de mi almohada no me gusta, la mitad de mi cama está vacía, el sueño que trato de borrar, no ha amanecido, me embarga la tristeza, me siento ridículo y encima no para de sonar en mi cabeza Les fleurs africaine.
— Genial— digo, froto mi frente, arrugo mi piel, intento borrar las imágenes con la mano. Me río, me siento único, teatral y dramático.

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