Duerme la noche, oscura como el velo de la aurora.

La monotonía de la lluvia solo es quebrada por el aullido remoto.

El guardián del faro añora su hogar, cálido pero distante.

Melancólico recuerda que estará acá aunque esté roto.

 

Condenado a deambular sus fríos pasillos.

Poco a poco olvida el sentido de su existencia.

El hastío y la desesperación son como cuchillos.

Quisiera salir, quisiera vivir, pero esos días ya se han ido.

 

Él mismo selló su condena una noche como ésta.

Una noche de aullidos y de tormenta.

Cuando harto de todo, olvidó sus labores de vigía.

Acabando con su vida y condenando a aquellos que protegía

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