LOS VIEJOS DE DINAMARCA

Todas las casas de mi calle lucen triste
no tienen luz y las ventanas largas
solo dejan ver siluetas, enredadas
en cortinas desteñidas por un
centenar de años, por esas escalas
de madera siempre brillosas he
visto bajar muchos cortejos
fúnebres. Ninguno triste, pues
ellos saben que más no pueden
vivir, salen a las veredas plomas
a esperar sentados que venga
de vez en tanto la parca pálida.
Todas las Helenas de mis calles
quedaron solas, los Elías, llorando
solo por no ser enterrados en su
España amada, o no olvidados
por sus hijos indolentes.
Me preguntaba porque después de
tanta vida, tanta soledad, hasta
las mesas de caoba dejaron de
celebrar y los pianos de cola
dejaron de entonar alegres melodías,
su tiempo pasó, pero no sin gloria,
ni los terremotos de este Valparaíso
mal agradecido los pudo correr,
eran hombres sabios, eran hombres
buenos que la vitalidad los fue
abandonando y la vida los olvidó.
Mi recuerdo de niño los lleva conmigo,
aun ahora, que la vida me enseño
tarde que estos viejos de siempre,
son los que me dieron cariño de
los que hacen eternos los buenos
sueños, aunque Dinamarca estuviera
siempre con olor a cementerio.

Andrés de lua

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