Los poetas no van al cielo

Lee el periódico
y camina por las paredes de su casa
quien lo viera diría que es un loco camaleón andante
muta y no deja de mutar
pero eso sí, conserva su obsesión
como quien guarda una cerveza en la nevera
siempre y cuando le sea grata al paladar
se toca el mentón y piensa
desliza su mano por la barba
prende una pipa, claro, eso si fumara
oye las noticias por la radio y se enfada
primero con él, luego con el mundo que pisa
indaga la cosa, toma apuntes y coordenadas
la camisa de fuerza de esta cuarentena
ya no dará para mucho más
si esto sigue como va hasta ahora
no habrá dios griego capaz de detenerlo.
Dan las veinte en España y se acerca a la ventana
él se multiplica en todas las siluetas
que como marionetas de un ser supremo
salen a aplaudir, hasta que no den más las manos
hasta que los miedos queden aplastados
hasta que sea la única trompeta
un presagio quizás del fin del rey de los virus
y aplauden hasta que los superhéroes verdes o azules les escuchen
porque beben de sus aplausos como
Popeye traga su espinaca para ser más fuerte.
Y llega la media noche y se nota raro
la luna llena apenas se vislumbra detrás de las persianas
las ramas de los árboles chiflan tenebrosamente
pero la luz, escasa, es lo suficiente para impactar en sus pupilas
toma un sorbo de café, la taza cae y se estrella
el teléfono suena como si alguien le buscara
pero nadie atiende, nadie nunca atiende
y se arranca la camisa con ambas manos
los botones salen a rodar por las baldosas
el pantalón de su pijama se resquebraja
algo en él ya no es lo mismo.
Corre pesadamente hacia el espejo
sus dedos notan a su piel extraña sobre sus cachetes
y salta sobre el sofá, mira a la derecha
se estira como un pulpo elástico
y saca su sombrero y su chaqueta del perchero
y está listo para salir por la puerta
tantea el picaporte una y otra vez
algo está mal, muy mal
las llaves deben andar buceando por alguna alcantarilla.
Sabe que no puede salir,
es abril del dos mil veinte
de un bendito domingo de ramos
semana Santa no tarda en llegar a la estación siglo XXI
enfermeros y doctores recorren el camino de Cristo
látigo, corona de espinas padecen al peso de sus horas
la cruz de la vida a sus espaldas cargan
la resurrección es una vacuna
y puede estar a la vuelta de la esquina
un domingo tan santo como éste.
Todos están en cuarentena
un virus de rostro feo y pésimo gusto para vestirse
asola al mundo de polo a polo
y solo hay una salida antes de que todo sea tarde,
prende un monitor
y toca con su índice la pantalla
algo lo succiona
y es suficiente para ser Matrix
todos se preguntaran
¿quién es él? ¿Quién es éste?
Y él les dirá: soy el poeta.
Porque los poetas no van al cielo
no señor
a donde van los poetas es a la guerra
salen a pelear con amor y por amor pelean
por el pasado por su presente y por el futuro
a la injusticia le declaran la guerra a vida o muerte
ese ser despiadado al cual su pluma siempre derrota
sus arcos están llenos de flechas de puros corazones
ellas siempre darán sobre el blanco tratándose de amor
porque sólo el amor es la luz que pasa
y todo lo ilumina tras su paso hondo y audaz.
Por eso les repito, los poetas no van al cielo
el cielo es de los ángeles y la tierra de los poetas
su pluma es más fuerte que una espada
porque no conocerá la muerte
mientras vivan en el alma sus palabras,
los poetas no van al cielo
a donde van es a la guerra
a pelear por la vida grata y justa
ellos van, con su pluma en mano
como un obediente pelotón de luz
por el bien del mundo sembrando van
son buenos soldados los poetas
el amor es su lanza
pluma que no mata pero si transforma a quien se oponga.

Jairo Sebastián Zanetti

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