Libertad confinada
Otro día aquí sentada
mirando al horizonte
de las nubes eternas
y tejados altos
creyendo que la vida volverá.
Ayer la casualidad trajo
a mi ventana la libertad.
La vi unos minutos y sentí
una oleada de alivio, la verdad.
Oigo la risa de las llamadas,
el canto de los libres
y el repicar de las campanas.
La vida está saliendo de un letargo
inmenso, enfermo, predecible,
del que algún día debía despertar
para volver al equilibrio
del cual, cruelmente,
se había visto obligada a olvidar.
A la vida le debemos
nuestro despertar,
la caricia tenue de la brisa,
el verano en el sofá,
las puestas de sol
y el amor por los demás.
Suerte será si al volver a empezar
la vida sigue queriéndonos igual
porque nosotros, la especie privilegiada
deberá aprender a agradecer
lo pequeño, lo insignificante
ante nuestros ojos.
El despertar,
la caricia tenue de la brisa,
el verano en el sofá,
las puestas de sol
y, sobre todo, el amor por los demás.
Desde mi ventana sin horizonte
escucho el trinar de los libres,
los que salieron, por fin,
de su caja de cristal.
Ayer, la casualidad trajo
a mi ventana la libertad.
Era pequeña, amarilla,
tenía pico y plumas.
La vi unos minutos y sentí
una oleada de alivio, la verdad.
Al canario de mi vecino
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