La sinceridad de lo sublime es absurdo.

Es común aplaudir aquello magnifico, sólo nos dejamos llevar por el momento.
Disfrutando cada uno de los detalles que lo hacen grande, y estamos aceptando su genialidad.
Entre lo más inaudito de la humanidad, están las obras que condecoran distintos valores apreciados por las masas.
Pero ¿estamos seguros de lo que alabamos?
Sentimos la necesidad de seguir con la corriente, pero la autenticidad de la admiración no es seguir con los gustos ajenos.
Es perderse en el espacio tiempo sin necesidad de gritarlo, para que los demás también lo noten y se den cuenta de lo grande que es.
Eso es lo que hacen que las obras que han trascendido épocas sean sublimes, sean hipnotizantes, sean una parte de entra en nuestro ser, y logramos apreciar sin necesidad de observarlo frecuentemente.
He ahí nuestro punto de quiebre, nuestra luz, nuestra alma reflejada ante algo que no es similar a nosotros.
Observen, sientan, amen, sean simplemente ustedes.

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