Inesperado aparecido

Veo y oigo. Soy encandilado por un rayo de sol reflejado en el cristal de un auto que pasa. Soy atontado por los ruidos provenientes de una grabadora que toca pretendida música.
Dejo de ver y siento el lento viento que casi araña mi piel con esa dulce rabia que le es propia, recordándonos que también existe lo que no vemos.
Cubro fuertemente mis oídos para ya no escuchar lo que me rodea, y de repente retumban todas mis arterias dentro de mi cabeza. Pongo atención y escucho, entonces, los diversos flujos sin comprender de dónde comienzan a sonar algunos pensamientos que creía olvidados.
Suena, todo suena en esta oscuridad que me he impuesto. Quiero silencio para poder ver mejor en lo oscuro, pero hay, de repente, dolores viejos, canciones insulsas y rumores como de lluvia ignorada.
Persisto y ya no sé si lo que escucho es un artificio mío o un sonido inabarcable que sucede allá afuera. Ignoro, pues, y en este embrollo oscuro me siento rodar hacia ningún lado. El vértigo indetenible es ahora un consuelo que genera sus propias luces y es ahí, entonces, cuando me conformo.

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