Géminis
No eras un hombre, eras dos.
Fuiste salvaje, amargo y mezquino. Tú mirada, aturdida por néctares prohibidos, y una voz monótona y triste me sacudieron como un temporal. Pero así todo, me sedujiste y enajenada te dejé entrar apenas tocar la puerta.
Quise ser tu reina y entregué mi país entero. Cegada, porque también fuiste amable, dulce y humano. Conversamos sobre dualidad: la naturaleza de las almas, y sus atracciones, y fue peligroso. Mortal. Porque de ese hombre me enamoré.
Más tarde supe, del modo más cruel, cual de aquellos dos monarcas gobernaba en vos.
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