En la precisa curva de tu encanto

Tus labios —rojos, húmedos, valientes—
son himnos que invocan el incendio.
No besan… devoran con dulzura,
como fruta madura que explota en la boca del sublime deseo.

Tu sonrisa tiene la insolencia de la Diosa
que sabe lo que provoca y lo concede despacio,
como quien juega con la eternidad
antes de desatarla a caricias.

Tu voz es el bello pretexto
que camina por mi piel como vino tibio,
y cada palabra tuya es un secreto
que quiero aprender con la lengua, no con los oídos.

Tu tacto convertido en religión profana,
es bendito pecado que me arrodilla
y me enseña a rezarte con las manos abiertas
y el cuerpo en rebelión.

Tus caderas no se caminan…
se veneran.
Son la curva precisa donde empieza un abismo
que termina la razón.

Y tu cuerpo, mujer divina,
es un mapa sin censura,
una tormenta en la que quiero naufragar mil veces,
sin salvación ni regreso.

Porque tú no eres solo belleza,
eres deseo con forma,
misterio con perfume,
y un fuego que sonríe mientras arde.

𝐄𝐥 𝐏𝐨𝐞𝐭𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐂𝐞𝐫𝐜𝐚𝐧𝐚 𝐄𝐬𝐪𝐮𝐢𝐧𝐚

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