El umbral de la cordura
Cerré los ojos, la noche sumida en vacío,
evocando los suyos, el reflejo de los míos
y me inundo el eco de su voz, adiós.
El tiempo se desvaneció en el silencio.
Batallas, letargo y limbo.
El verano lloró su intensa agonía,
fría, irritaba corriendo por la piel
Te llevaste el sol de nuestras tardes,
para no lastimarme, pensaste.
Cargué el peso de mi penitencia
porque te amé, tan solo por atreverme.
Aún arrastro la sombra de lo que fui
encadenada a la luna, cortos pasos
hacia el borde de la razón,
ya en el margen contemplarnos en extasis.
En la profundidad de mis memorias,
acaso no distingo lo que habré guarecido,
el recuerdo de un amor pretérito,
el intenso deseo de nuestras fantasias.
o quiza sea peor y omiti haber cruzado.
Saldé con sacrificio el precio, felicidad;
permitiendote volar, para que lo seas.
Indagando el umbral, entregue mi juventud,
abandoné la pasión, pero no sus besos.
Atesoré la prueba de tu existencia,
el carmesí de la propia venus,
cual fuego ardiente en los labios,
suave nacar de sus caricias,
diluyéndose entre mis torpes dedos,
que fueron suyos recorriendo sus rincones,
en un inocente intento de rozar su alma.
Y navegué el Aqueronte embriagado de ira,
enfrenté fantasmas, sangré mi piel por oprimidos.
sembré páramos estériles y coseché réplicas
empujando ignorantes hacia la verdad,
debatiéndome con sus peores terrores:
nadie merece este dolor.
En mi prerrogativa final, lo inesperado:
la piedad de los dioses me ofrece la expiación,
compensar la fianza con un valioso tesoro,
por el privilegio de un nuevo anhelo.
Convertir la experiencia de un simple mortal
ascendiendo en las alas de un angel,
en un pequeño resplandor, una concesión.
Desperté en otro tiempo, la misma realidad,
añorando unas estrellas, aquellas que contábamos,
se presentó una lágrima de compasión,
para lubricar el transpaso de la miseria,
noté mi cuerpo envejecido, las manos curtidas
aun cuando radiante febo, una preocupación.
aquel deseo no cumplido, agobia tormentoso
tu recuerdo me ha seguido.
Será que finalmente es el último adiós,
o la cordura habra valido suficiente.
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