El filo del papel.
Este poeta despechado murió.
Con hematomas que dejo la vida.
El malestar del desprecio lo construyó.
Mediante miles de letras afligidas.
Ya no escucha lamentos ni perdón.
Solo notas de olvido.
Un olvido que dejó arraigado su corazón.
Y hasta el día de hoy está perdido.
Ya no escribe de noche, porque la noche llora al son de sus versos.
Ni tampoco menciona a luna, porque era imposible darle luz a una vida tan oscura.
Vivía de su escritura, pero quemaron su papel pensando que era el motivo de su locura.
Y aún así escribió en los mares, en aquellos mares que lo escuchaban a él.
Aquellos mares que se llevaban la tristeza de su corazón.
Y al final quedó vacío, solo había tristeza y decepción.
Su ropa estaba por toda la casa y el café frío y fuerte.
Un silencio melancólico y notas en su cama que decían «quiero verte».
Un escalofrío recorría su cuerpo cada vez que miraba sus fotos.
Tenía ojeras y ojos que reflejaban un sentimiento roto.
Lagrimas que humedecian su espejo y hacian cantar a los cuervos.
Su corazón mudo gritaba por desespero, pero se marchito muy pronto como una flor de loto.
Sus manos estaban llenas de disparos.
Su voz y empatía lo abandonaron.
Y entonces entendió que al final la vida es ésto.
En su mejor momento una nostalgia, y en su peor momento un desamparo.
Autor: Carlos Campos.
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