El accidente perfecto

Mi mirada, una fiel taciturna,
toca sin querer, le habla sin querer
al deseo convertido en mujer;
palabras efímeras, voz nocturna.

Tu mirada, laberinto de misterios,
me deja dubitativo… ávido
de contacto, gélido o cálido
entre cuatro pupilas, ocho hemisferios.

Cada cruce provoca una llama
que abrasa a dos miradas perdidas,
y ante el extenso panorama
¿Quién diría que son desconocidas?

Cada cruce es una coincidencia
que, entre el silencio y el bullicio,
esconde una profunda carencia.

Cada cruce se vuelve un sacrificio,
sacrificar la soledad, la ausencia
del deseo; amantes del suplicio.

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