Chico conoce a chica…gótica

Chico conoce a chica…gótica

En tiempos pre-pandémicos
me topé con una chica gótica
en un bar. Inocente de mí,
parecía una persona exótica
y trabé conversación con ella.
Pese a su cara pálida
e inexpresiva, y falta de chic,
me dijo que era un cómic.
Siendo yo extranjero,
supuse que quería decirme
que tenía una vis cómica
y que se ganaba el alpiste
contando chistes.
Bueno, charla que te charla,
dos horas pasaron volando.
Después de varias bebidas
y un sinfín de risitas,
me invitó a su casa
donde no tardamos
en conocernos mejor,
tú ya me entiendes…

A medida que la desnudaba,
su cuerpo serrano me revelaba
que sí era literalmente
un cómic, una novela gráfica,
(de hecho, casi pornográfica)
porque su piel estaba plagada
de tatuajes que narraban
una historia; o más bien
varias historias según
el orden en que se leyeran
las viñetas. Echada en el lecho
abierta de brazos y piernas,
sus magníficos pechos
lucían los nombres de Escila
(el izquierdo) y Caribdis (el derecho),
lo cual indicaba cierta educación clásica.

Al leer sus tatuajes de cierta manera,
por ejemplo, saltando como el caballo
del ajedrez, se seguía la ruta de Eneas
entre Escila y Caribdis;
¡vaya si fue divertido!
Al escoger los movimientos del alfil
se producía la singladura de Jasón
y no menos importante, los de la torre
revelaban la historia de Odiseo.
Luego me invitó a emular a Romeo…
porque desde su ombligo para abajo
se notaba la influencia del TV,
es decir, el Testamento Viejo,
donde sujetaba Moisés un cartel añejo
en el que rezaba una leyenda más reciente:
“¡Pasen a ver el arbusto ardiente!”
La gótica me invitó a apagar
el fuego y me conformé gustoso
puesto que ya tenía preparada
la manguera en la mano…

Después, dándole la vuelta
para ponerla boca abajo,
disfruté de otra escena alucinante.
La espalda entera era una estampa
de la caza del zorro en Inglaterra.
Hombres que llevaban redingotes,
montados en caballos castaños,
galopaban de arriba abajo por su espalda
tras los perros raposeros que aullaban
mientras perseguían al astuto zorro
que desaparecía dentro de la hendidura
entre las amplias nalgas de mi gótica.
Sólo asomaba la cola del animal.
Mi gótica levantó, complaciente, sus glúteos
redondeados, para que pareciera
que los cazadores corriesen cuesta arriba,
brindándome la oportunidad de calcular
hasta dónde había entrado el raposo.
Ante un escenario tan sabroso
sufrí un subidón de adrenalina
que estimuló mis ansias caninas
de ahondarme en las partes sin tatuar.
Ya lo decía. La gótica era todo un cómic.
¿A quién le importa su falta de chic?

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