Aves de escritorio

Origen sin placer,
en tus pestañas surco la era del hombre,
el arte de la guerra sin murallas,
¡lo que cuesta extirparte de las aves!
paloma sin arrullo,
emboscada en tu vello
pulula un manantial que se hamaca,
antes del jadeante soplido del torrente,
zigzaguean pirámides de sal
sin tocarse se cruzan vientos
mancos, que proliferan
en tu licor de madre.

Como la solidez de tus escalofríos,
rupícolas especies
buscan manos de arroz
que rieguen sus cosquillas.

Siento algo en la presencia,
no quiero ser el día en que me aleje
de tus horas dormidas.
Bañaré con pinturas este lienzo
ahogaré mi cuerpo en tu repisa,
como aluminio cínico y cauteloso,
me miraran las lunas,
¡ah, qué piel tan absurda una noche sin ti!
Buscaré con tus huellas el sendero,
huellas bicentenarias y retráctiles.

Con un nimbo de paja
descienden por tu flujo
ángeles que prefieren
volar sobre tus senos,
nos han traído el cielo solo para cuidarnos del relámpago,
la tormenta en tu carne
no resuena,
tus oídos brotaron
de verticales humos
que ascendían tan fuera de tu naturaleza,
con peces en los ojos
y mordiscos de polvo.

¡Ah, qué eterna mirada
sin memoria en tu espejo!
Mirada virgen, tríptico del amor,
que fluye discontinuo
ante su inmensidad.
¡Ah, podrías matarme sin traición a la vida!
Arboledas, unidas a lo lejos
manifiestan sus cuerpos
tupidos.

Es tu bosque o montaña injuriosa
la que eleva los dulces
momentos del destino.
¡Ah, qué limpia de sed,
mujer caleidoscópica!

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