En esta tarde mustia y desabrida veo mi mundo arder, mientras la putrefacción abraza mis sentidos, y el miedo y la sangre recorren mis venas, viendo cómo todo estalla, por fervores y celos que visten el aire de dolor y desmadres.
Es difícil explicar, por qué estás loco, en especial en una sociedad sin manicomios e imitadores de cuerdos que te condenan al encierro de vida y palabra, obligándote a amarrar el pensamiento. Tanto que mi yo propio me parece extraño; empiezo a extrañar la sombra de mis últimos instantes en el estante de paz donde solo estaba con mi pensamiento conversándome estás minúsculas notas de sentimientos.
Corrí y descansé, buscando mi lucidez entre complicados caminos, pero me derrumbé en este planeta de indolentes. Nunca el hambre pareció tan sencilla hasta que vi a los niños rebuscando en la basura lo que no han tirado.
Bien sé que es vano soñar, por mi mal y por tu daño que no nos deja progresar, así que acaba por quemar hasta la loca de la esquina, a ver si logra hablar con sus mudas palabras y ocultos fantasmas.

Me ahogo en sentimientos y en su profunda sensación, mientras nace un anhelo disidente de salir corriendo. Lenta se vuelve mi agonía hasta que la desesperación estalla y desata mi locura; mi realidad se vuelve confusa y quiero salir huyendo de ella. Así que, prendo un cigarro con las manos entorpecidas y temblorosas, buscando calmar mi angustia con el placer de arrojar las cenizas al viento, mientras escucho el tic tac del reloj que canta muertas horas antiguas. Pero, eso me desequilibra más y decido gritar desde mis demonios internos con un alto grado de demencia: ¡Déjenme en paz! Pese a ello se impone un silencio aún más hondo en esta habitación a oscuras, haciéndome saber que estoy sola.

Incontables pensamientos me atormentan cada noche al intentar comprender el alcance de dicho secreto que guardo…es una ardua tarea, así que hoy decido contarles.
Me he vuelto alguien sin alma, con un morboso sentimiento de muerte y que en su perturbador rostro solo reflejar una emoción; placer. Un increíble gusto mientras la sangre tibia recorre por mis manos y miles de voces gritan provocándome una sensación de alivio en mi cabeza.
Mis víctimas lloran con cada puñal que les entierro en su cuerpo; el espacio está lleno de miedo, dolor y desesperación. Mi mente quiere culparme, pero yo la detengo con la desgraciada frase: «se lo merecían». Aún sabiendo que no era cierto.
Mi cerebro se volvió ese cáncer maligno que alimenta a mi ser y me nubla los pensamientos hasta volverlos más oscuros que la noche, la cual hoy arropa el llanto de los desafortunados que con la mordaza entre los labios hacen el intento de suplicar piedad, cómo si mi lado loco supiera de eso, mientras me habita ese depredador sediento de sangre.
Verlos padecer es una dulce dosis de sentirme vivo, sin ningún remordimiento que me atormente la vida.

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