Amanecer

Siempre consideré nuestros encuentros furtivos, como
amaneceres, no importando si ocurrían al mediodía o las
cuatro de la tarde, y los contemplé así ante la
imposibilidad de realizar el anhelo de que la luz de un
nuevo día, que la hora primera de la mañana nos sorprendiera juntos.

Y al fin, el amanecer, real y pleno, nos encontró unidos,
en un abrazo eterno. Un baile de almas, un sueño sin freno,
despertando en tus brazos, un nuevo universo.

Todo se tornó distinto cuando los días, las estrellas,
los átomos, las moléculas, las estaciones y el universo completo
conspiraron para emprender ese viaje juntos y burlando la mirada de curiosos,
las preguntas y las sospechas.

En sombras me oculté, aguardando tu llegada, la estancia se iluminó
cuando entraste al lugar. Tus lunares, constelaciones en tu piel,
tu nariz, botón de rosa, tan dulce y fiel.

Nos sumergimos cual náufragos del tiempo en los mares del deleite,
sin prisas dejando que las olas del deseo y la complacencia nos arroparan,
interrumpiendo el sueño de cuando en cuando, para dejarnos ver, hoy sí,
el tímido resplandor del amanecer real, el más bonito,
porque despertar en sus brazos ha sido un baile, un vals armónico, una danza,
un sueño sin semejanza, sin comparación, sin parangón,
tejido con hilos de eternidad, bordado en el alma.

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