Al acueducto de Segovia

Roma en su historia jamás otorgó
regalo de tan gloriosa piedra.
Se cierne con ímpetu la hiedra
por la ciudad que antigua se alzó

Corona en granito esculpida
por la pulcra loma segoviana,
que se acrecienta en su alma artesana
con su condición de urbe elegida.

Conducto de ominoso carisma,
observa pasivo el tenue ocaso,
donde se ofusca el brumoso paso
del nuboso cielo que confirma.

Vienen a verlo del mundo entero
para oír sus eternas historias.
No tienen fin sus firmes memorias
de robusto recuerdo certero.

Se extiende largo su señorío
y oyen sus suspiros inaudibles
los verdes árboles apacibles,
saciados por su loco amorío.

El agua recorre dicho andamio,
donde los siglos aun no desangran
las imponentes formas que guardan
a la tierra de sufrir agravio.

Recios arcos que a todo cautivan,
detiene el tiempo en lenta espera
a la sombra fastuosa que esmera
por ver preservada su alma viva.

Hace mucho que nada lo agobia.
Solo se cerciora el puro pacto,
donde todo se mantiene intacto
para el acueducto de Segovia.

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