Complejidad del alma

Infame, cruel y cruda soledad. Instala se en mí ser profundo intenso hasta sentir el llanto desesperado de mis huesos. Quiebra fuerte, suave, duele. Grita, quema, sangra. Desgarra me el alma desarmada.
Me asusto, sí, cuando me siento sola. Porque es ahí cuando me encuentro débil y rota. Porque es ahí cuando grita mi voz más callada tan frágil y loca.
Será maldita soledad, pero sincera. A veces sopla un viento fuerte y se la lleva, más quiero que vuelva que me consuela que me consienta, que me convenza que no es maldad, que es ineludible amarla más.
Sí. He amado hasta el cansancio. He amado de a ratos, por años, por noches, montones. He amado tu alma mil veces, como la de mil extraños. He amado sin saber como, y queriendo querer, he querido poco.
Aún así, es incansable esta fuerza de querer volar. Cuantas veces me caí creyendo que si corría a los brazos de algún cuerpo de hombre con ojos de cielo podía meterme en su cama y llenar ese espacio vacío, resultando siempre tan claro que el único espacio que llenaba no era más que el de su alma. Sí. Mi alma vacía nunca supo esperar.
Maldita alma la mía que ardiendo en fuego amaba tan pasional que moría tan rápidamente, fugaz.
¿Cómo podía morir así algo que vivió arraigado a mí durante tanto tiempo?
– A veces dura un rato la eternidad, nunca el olvido, nunca.
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Es que prefiero la lealtad de mi locura que la agonía de vivir muriendo, más bien, fingiendo.
– ¡Y no me hables de desengaños! Sabes de que te hablo si vos me perdonas esta maldad amor, de nada más te hablo. Y te perdono también tu fiel engaño, dulce tortura que bien sabemos, no fue en vano.
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Supuse que habría una noche en la cual perdida por las calles de alguna cuidad, podría ser Roma o París, Venecia o Madrid, sabría amarme por completo y entonces me encontraría enamorada de mi alma con la certeza pura de saberme viva y regalaría me caricias de alegrías y tristezas, porque cual amante podría darme alguna vez la ternura de mi abrazo, tan pulcro y sagrado.
Deseé y logré despertarme libre, amada y desnuda, libre de mis ropas y mis culpas, de esa necesidad que me confunde el amor con otras cosas.
Maldita alma la mía que aún llorando de alegría sin saber porqué, porque al tocarme sentí en mi pecho una vida latente tan intensa y tan mía, y porque al mirarme sonrío tan tibia, tan suave, tan llena de todo y de nada, vuelvo a morir una vez más en el intento de amar sin pasión, con la estúpida posesión del otro; culpable de una herida que sangra, de un adiós sin calma.
Y ahora me silencio tierna y adentrada en mi misma me olvido, que existen otras pieles que buscan incansable el sudor de mis manos que aún cansadas acarician con deseo el cielo de mi piel dormida, tatuada de historias, de guerras perdidas.
Entonces me encuentro yaciendo sutil sobre tu espalda de piedra que me devuelve a la vida entera, encendida, divina, cual luna llena, eterna noche de mi primavera. Y si resulta que es esto el amor que somos, los dos, seré tu ardor, calor, tu flor. Serás canción, dolor, mi adoración.
¡Qué tan dramática resulta mi alma cuando ama! Que pide silencio grita y exige, soledad y calma. Que pide magia tiembla y exige, ternura desconsolada.
¡Qué insoportable manera de esperar desesperada, la brisa fresca de la madrugada!
Para encontrar un beso, algún poema una esperanza, o aún mejor tus ojos, mirando como un gato a través de la ventana, buscando como un loco psicodélica mirada. Aún mejor si entraras amor, si pones tu cabeza en mi almohada, tu mano en mi espalda. Tu risa en mi boca, mi lengua en tus labios. Tu herida en mis manos, tu sangre en mi llanto. Mi piel en tu cuerpo, mi amor en tu pecho, en tu alma mi vida, como en un beso mi amor, un deseo.

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